La gran paradoja de nuestro tiempo

Marta Prieto

A lo largo de los últimos siglos, la humanidad ha progresado tecnológica y económicamente (al menos, parte de ella). Nuestras vidas están rodeadas de confort y de aparatos que nos hacen la vida más fácil. Pero ¿somos acaso más felices que las generaciones que nos precedieron? No sé la respuesta pero sí intuyo que nuestros abuelos no tenían el estrés (llámalo ansiedad o desasosiego) que a la mayoría de nosotros nos invade en los tiempos actuales. Pero es, a mi modo de ver, un estrés “justificado”.

Por un lado nunca antes el mundo había sido tan complejo como ahora (complejidad de la que, con maestría, habla Tim Hartford en su magnífico libro El economista camuflado). Complejidad que pueda resultar asfixiante: piensa en la cantidad de tiempo y preocupaciones que te consume simplemente tener todo lo que te rodea (coche, aparatos, papeles, etc.) En buen estado de funcionamiento. Hemos complicado enormemente nuestras vidas y eso, probablemente, ahonda dramáticamente en nuestra infelicidad actual.

Por otro lado piensa en la velocidad de los cambios a los que estamos sometidos. Tenemos la continua sensación de estar permanentemente con la “lengua fuera”.  En cuanto nos despistamos lo más mínimo nos quedamos obsoletos en cuanto información, conocimiento, moda, gustos y tendencias se refiere. Estar más o menos actualizados nos exige un esfuerzo continuo y elevadísimo.

En tercer lugar vivimos una era sin precedentes en cuanto al nivel de incertidumbre que tenemos que gestionar.

estrés

 Nunca antes los cambios habían sido tan profundos y tan amplios. Nuestro cerebro no está evolutivamente preparado para procesar esta situación. Frente a la incertidumbre el cerebro reacciona desatando sus mecanismos de supervivencia, eficaces desde luego, pero como vamos a ver, de un tremendo coste personal para nosotros.

El miedo es la reacción instintiva natural de nuestro organismo frente a la incertidumbre. Un miedo que nos paraliza, nos hace huir o estar a la defensiva y que, por lo tanto, nos impide avanzar. Aprender a gestionar el miedo es probablemente uno de los grandes retos del hombre del siglo XXI.

Pero, ¿cómo no sentir miedo cuando vivimos inmersos en continuos escenarios de agresividad? Desde que salimos por la mañana de casa en coche, el mundo se convierte en un lugar amenazador y peligroso…

El ritmo frenético, la complejidad, la presión a la que nos vemos sometidos en el día a día hacen que nuestra vida parezca una continua carrera de obstáculos. Vivir así agota la energía del más pintado. Por eso no es de extrañar que, después de cierto tiempo sintamos hastío, cansancio y agotamiento. Llegamos a los períodos vacacionales literalmente arrastrándonos.

Y de todo esto ¿qué sensación nos va quedando? ¿Creemos que podemos cambiar nuestras vidas? ¿Creemos que tenemos el control de las mismas? Más bien todo lo contrario. La sensación general imperante es que poco o nada podemos hacer. La impotencia se impone y con ella afloran sentimientos negativos como la frustración.

¿Te sientes atrapado? Con esa sensación es imposible ser felices. Y esta es la gran paradoja de nuestro tiempo.

¿Y ahora qué? ¿Hay algo que podamos hacer nosotros al respecto?

Para saber qué podemos hacer me gustaría hablar un poco antes de qué es el estrés o, en su forma más vaga de la ansiedad o incluso el desasosiego que nos acechan.

Hablemos por un instante de nuestro cerebro. El cerebro es uno de los órganos más importantes del ser humano. A lo largo de su evolución ha ido creciendo mediante diversas capas, como si de una cebolla  se tratara. La zona más profunda del cerebro denominada cerebro reptiliano, alberga los mecanismos inconscientes y las reacciones básicas (como el ritmo cardíaco, la respiración, la temperatura, etc.) Rodeando éste hay una segunda capa denominada sistema límbico, estructura que compartimos con otros mamíferos y que regula las emociones, la memoria, las relaciones sociales y sexuales. Por último, lo que habitualmente conocemos por “cerebro”, los dos hemisferios cerebrales y las circunvoluciones cerebrales son el neocórtex, centro del razonamiento lógico deductivo, del pensamiento racional y creativo y exclusivo de humanos y primates.

Cuando las capas más internas del cerebro se activan, secuestran al resto de estructuras tomando el control y determinando automáticamente cómo debemos comportarnos. En esos momentos no es posible razonar, nuestras reacciones, acertadas o no, son instintivos.

Por eso, para decidir bien, para tener el control sobre nuestros impulsos, tenemos que ser capaces de controlar estos mecanismos inconscientes de comportamiento. Porque como decía el psicólogo Jung,  “En nuestra ingenuidad, hemos olvidado que bajo nuestro mundo de razón yace otro enterrado”.

El problema aparece cuando vivimos atrapados en el “paradigma del miedo”. Cuando percibimos un estímulo como amenaza, (real o inventada pues nuestro cerebro la procesa y vive de igual manera), reaccionamos automáticamente.  La ansiedad  y el estrés no son sino reacciones emocionales de alerta ante una “amenaza”. Ni que decir tiene que ambas situaciones son enormemente perjudiciales para nuestro bienestar psicológico y físico. La ansiedad sostenida en el tiempo se convierte en una patología muy grave denominada estrés con enormes y, a veces fatales, consecuencias sobre el individuo.

No todo el estrés es «malo». Es verdad que los individuos sometidos a cierto grado de presión ponen en juego recursos latentes en ellos que de otra forma estarían aletargados. Pero es necesario controlar qué nivel de estrés podemos aguantar cada uno de nosotros. Cuando el estrés ya no nos estimula sino que nos bloquea, podemos traspasar sin darnos cuenta un punto de no retorno a partir del cual, si creíamos que controlábamos la situación, ya no controlamos nada. Cada persona tiene su umbral de estrés y debe reconocerlo. Las señales del estrés son inconfundibles, (aumento de la frecuencia cardíaca, sudoración en las manos, palpitaciones, insomnio, irritabilidad, falta de capacidad pulmonar)… y, sin embargo, cuántas veces no las atendemos hasta que es demasiado tarde…

La buena noticia es que el estrés se puede y se debe combatir. Existen tres grupos de técnicas de distinta naturaleza para hacerlo:

En primer lugar estarían las llamadas “técnicas conductuales”, dirigidas a modificar el comportamiento que genera nuestro estrés. Es muy simple pero complicado al mismo tiempo: Si la vida que llevamos nos estresa, pues hay que cambiarla. Este conjunto de técnicas básicamente se pueden resumir en tres acciones concretas: primero, prioriza y ordena tus tareas y tus objetivos. Vivir en el caos y con la sensación permanente de no llegar es tremendamente negativo. Conviene aceptar que es imposible hacerlo TODO a la perfección y a la vez seleccionar aquello que es importante frente a lo simplemente “urgente”. En segundo lugar hay que aprender a delegar. Acarrear sobre los hombros propios todo el cúmulo de tareas y responsabilidades al final pasa factura. Y por último es imprescindible aprender a decir no. Cuántas veces decimos sí a peticiones, exigencias o requerimientos a los que nos gustaría decir que no. Actuar constantemente de esta manera nos genera resentimiento, una de las peores emociones negativas posibles.

confianzaLas “técnicas cognitivas” consisten en modificar nuestra forma de ver las cosas, cambiar la perspectiva. Nosotros elegimos si preferimos ver el vaso medio lleno o medio vacío, pero hay que recordar que allí donde pongamos nuestra atención se dirigirán nuestros recursos y nuestra energía. Reprogramarse tiene mucho que ver con cambiar la actitud si no es la adecuada o mantener una actitud positiva a pesar de las dificultades y los fracasos, que siempre los hay. El miedo que es lo que siempre subyace a nuestro malestar, sólo se combate desde la confianza en uno mismo. La confianza nace de nuestra autoestima por lo que debemos hacer esfuerzos conscientes para mejorar la imagen que tenemos de nosotros mismos y para superar nuestros miedos irracionales. La escritora Susana Jeffers tiene un magnifico librito titulado Aunque tenga miedo hágalo igual. Aquél que es capaz de superar sus miedos de infancia o de cualquier tipo, empieza tomar el control de su vida. Así se consigue aumentar la sensación de confianza y de que se puede enfrentar casi cualquier cosa. Como nuestra mente está sometida a innumerables estímulos de todo tipo y, además, viaja incansable e inexorablemente sin parar hacia el pasado o hacia el futuro sin apenas concedernos tregua, cambiarnos implica ser capaces de sosegar y aquietar nuestra mente y detener el pensamiento. El psicólogo estadounidense Martin Seligman es un experto en técnicas de detención del pensamiento y pionero en programas para, por ejemplo, soldados que viajan países en conflicto de guerra. Sólo siendo capaces de estar aquí y ahora y abstraernos de lo que está por acontecer, podemos enfrentarnos con garantía a las situaciones más difíciles.

mindfulnessPor último entre las “técnicas fisiológicas”, me gusta hablar de las 3R: Relajarnos, Reír y Respirar. Cada uno tiene su propia forma de relajarse pero es imperativo en los tiempos que corren preservar el espacio para practicar aquella actividad que nos abstrae y en la cual el tiempo parece haberse detenido: para unos será pintar, para otros será salir a correr y para otros será pasear por el campo. Reír es la fórmula más asequible y eficaz para combatir el estrés. Sólo tienes que irte a ver una comedia en vez del dramón de moda o quedar con ese amigo que te hace reír tanto en lugar de salir con esa otra persona triste que te contagia de negatividad. Por último respirar se puede aprender. Cuando el aire fluye libremente no hay posibilidad de estrés. Hoy ya se sabe que las milenarias técnicas de respiración del yoga son absolutamente aplicables a nuestros tiempos actuales en el ámbito privado profesional. Se ha acuñado una palabra llamada mindfulness para describir la atención plena la concentración aquí y ahora sobre aquello en lo que estamos. Dicha capacidad se puede entrenar desde la práctica meditativa. Sentarse unos minutos al día, respirar adecuadamente y vaciar el pensamiento constituyen una herramienta al alcance de todos y de beneficios insospechados que ahora muchos están empezando a atisbar.

En definitiva contamos con muchos privilegios de los que no disponían nuestros antepasados. Disfrutamos de un periodo de paz insólito en la Historia. Es perentorio crear las bases para ser felices. Requiere esfuerzo y dedicación a la tarea. Pero merece la pena hacerlo. Sólo así nos libraremos de este insoportable estrés y romperemos la paradoja de nuestros tiempos.

Marta Prieto

Marta Prieto

ACTIVIDAD ACADÉMICA Licenciada en Derecho y Licenciada en Empresa MBA Diploma en Educación y TEcnología ACTIVIDAD PROFESIONAL Consultora Formadora Liderazgo Conferenciante Management PUBLICACIONES Simple-mente un caballo

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1 respuesta

  1. Gonzalo Gomez dice:

    Muy bueno el articulo desde luego. Lleno de sentido común que hoy en dia parece que tenerlo es ser revolucionario.

    Seguramente nuestra propia capacidad de poner en perspectiva de relevancia real lo que es importante y lo que no mas la propia asunción abierta de nuestras propias limitaciones ayudarían mucho también a mejorar nuestra respuesta a los miedos o parte de ellos.

    Gracias

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