Véndase
En pleno siglo XXI resulta tan curioso como preocupante escuchar a personas empleadas, en clara contradicción con su condición, afirmar que nunca han vendido nada, enfatizando las palabras «nunca» y «nada», como si en ellas hubiera algún mérito.
Estas personas, en el fondo bienintencionadas, creen que vender es un acto indigno cuya práctica contamina la ética de las profesiones, motivo suficiente como para alejarse de todo lo que tenga que ver con esa actividad indecente y con esa panda de charlatanes inescrupulosos que son los vendedores. Recuperada la calma, consultadas acerca de sus creencias y de los motivos del rechazo, se comprueba inmediatamente que no es la venta en sí misma la que provoca el alejamiento, sino la propia incapacidad de gestionarla correctamente. Reconocida la debilidad, muchas de estas personas se refugian en la comodidad de la intuición y el autodidactismo, ignorantes del grave riesgo que ambas opciones de aprendizaje traen consigo: la lentitud.
Sin pretender generalizar, la conclusión no puede ser otra: los hábitos de venta de los no vendedores son consecuencia de la no formación, por eso venden mal. Peor aún, venden mal sin que ello les importe, multiplicando el efecto negativo de la falta de rigor pedagógico.
¿Para cuándo una actividad formativa cuyo objetivo sea enseñar, de forma sistemática, a personas que no hacen de la venta su actividad habitual a venderse a sí mismas?
¿Qué hay de malo en sentirse el mejor ingeniero capaz de construir el mejor puente y recurrir a las técnicas de venta para ganar el proyecto? ¿Qué hay de malo en sentirse el mejor panadero capaz de hornear el pan más tierno y sabroso y recurrir a las técnicas de venta para convencer al barrio? ¿Qué hay de malo en sentirse el mejor cirujano y recurrir a las técnicas de venta para conseguir que el paciente ponga su vida en tus manos? Nada, todo lo contrario. Ya estamos tardando.