«Industria 4.0, promesas y peligros», por Luis Lombardero
Desde la pasada cumbre de Davos de enero pasado vivimos bajo el dominio de la Cuarta Revolución Industrial. En la ciudad suiza se presentaron entonces una serie de informes que analizaban la capacidad de las tecnologías emergentes bajo la característica de la hibridación que difuminan los límites entre las esferas físicas, digitales y biológicas.
Está naciendo un nuevo tiempo que permite la evolución de los productos y servicios físicos que los usuarios y clientes hemos conocido hasta ahora, y cuyo lado más visible será el impulso de la transformación digital de las empresas tradicionales.
Los mensajes de Davos no tenían como destinatarios a los departamentos de marketing o de tecnología de las empresas, a los que se suponía que concernía hasta ahora la transformación digital. Como es habitual, en estos encuentros las recomendaciones se dirigían al más alto nivel de las empresas, los líderes políticos y los gobiernos.
Aunque, en general, el análisis que presentaron los expertos allí reunidos no aportaba grandes novedades tecnológicas, sí que ofrecía novedades en términos de enfoque, ya que no se limitaba a relatar las hazañas de las empresas tecnológicas y a seguir insistiendo sobre los mensajes referidos a la computación en la nube, la movilidad, el Big Data, el marketing en los buscadores o las redes sociales. En esta ocasión, se hacía hincapié en la necesidad de evaluar adecuadamente los nuevos modelos productivos de la transformación digital, sus posibilidades de éxito, pero también los peligros inherentes a su implantación.
Davos y distintos gobiernos e instituciones están abogando ahora por el concepto de Cuarta Revolución Industrial sin desligarse del acuñado por el gobierno alemán de Industria 4.0.
La Industria 4.0 es algo más que un nuevo matiz a los avances ya conocidos sobre el sector industrial. Este consorcio ha dado lugar a la participación de un buen número de empresas industriales y de servicios tradicionales que trabajan en proyectos de alta tecnología industrial con el objetivo de mantener y recuperar para los países de la Unión Europea el peso industrial que nunca debíamos de haber perdido bajo la falacia económica (repetida sin cesar a partir de los años ochenta del siglo pasado) de que en los países desarrollados tocaba dedicarse a los servicios avanzados, obviando que estos servicios no se demandan si falta el mayor cliente: la industria de la fabricación.
En los próximos años, los desarrollos tecnológicos que se realicen apoyándose en Internet de las Cosas (IoT), con sus aplicaciones, que permiten añadir sensores y hacer las máquinas más inteligentes y más intuitivas para las personas, ofrecen nuevas posibilidades en el sector industrial, como la capacidad de conectar a nivel global máquinas y personas para hacer más inteligentes la fabricación industrial, el mantenimiento, el control de calidad, la logística y la distribución
Debemos ser capaces de producir los nuevos productos híbridos de la actual Era Digital con economías de escalas menores, costes razonables y menor inversión, y con una alta personalización en países con salarios razonables, que en algunos sectores como el del automóvil ya suponen un peso lejos de sus mercados naturales.
Otras aplicaciones de IoT están haciendo posible el desarrollo de conceptos como Smart City, que van a permitir hacer más habitables nuestras ciudades, o mejorara el confort de los domicilios o la monitorización de las personas mayores o los enfermos crónicos.
Los mensajes de Davos tratan de situarse como una nueva visión del mundo, que incorpora en la agenda no solo los avances y beneficios innegables de esta revolución industrial. Ha sido la intervención de Jon Biden, vicepresidente de Estados Unidos, la que se ha encargado de introducir la reflexión sobre el futuro del trabajo, las consecuencias en el empleo y el impacto social del desarrollo tecnológico en las clases medias.
Los informes e intervenciones han incorporado también las consecuencias de las enormes pérdidas de puestos de trabajo que se van a producir en las ocupaciones más afectadas por el cambio tecnológico en los próximos años, la creación de nuevos empleos, la incapacidad de los sistemas educativos actuales para desarrollar las competencias duras y las nuevas ocupaciones que se demandan, y, a la vez, las limitaciones de los sistemas de formación en las empresas que tampoco han demostrado su eficacia para desarrollar el talento y competencias, uno de los principales impactos negativos en la rentabilidad del negocio y factor clave de competitividad.
Estas incapacidades introducen la duda sobre la capacidad de los sistemas de gobierno y de las autoridades públicas para adaptarse a la nueva situación en general, porque ante el rápido ritmo de cambio de la Cuarta Revolución Industrial los legisladores y los reguladores están siendo desafiados en un grado sin precedentes y en su mayor parte están demostrando su incapacidad para hacerle frente.
Ante ello, Klaus Schwab fundador del FEM reclama el desarrollo de una visión integral y compartida de como la tecnología está afectando a nuestras vidas, para reformar los entornos económicos y sociales. “Nunca ha habido un momento de mayor promesa, o uno de mayor peligro potencial. Los tomadores de decisiones de hoy, sin embargo, están atrapados en el pensamiento tradicional, lineal, o demasiado absorbidos por las múltiples crisis que exigen su atención, que dificultan pensar estratégicamente sobre las fuerzas y la innovación que configuran nuestro futuro”.
Si las administraciones apoyan el desarrollo del talento y las personas desarrollan competencias digitales para las nuevas ocupaciones, tendremos un futuro mucho más optimista por delante.
La intervención de Jon Biden (“Joe clase media”, como él mismo desvela que le llaman en EE.UU.) pone de relieve el temor de un nuevo golpe para la clase media de los países desarrollados en términos de reducción del empleo, los salarios y las coberturas sociales que tanto ha hecho sufrir la actual crisis. Y las consecuencias que puede tener para los sistemas de gobierno democrático. Éste es el mensaje en profundidad para los máximos ejecutivos de las empresas, los líderes políticos y los gobiernos, que puedan caer en la tentación de aprovechar los cambios tecnológicos para negar el mantenimiento del progreso que acompañó a las anteriores revoluciones industriales.
Si los directivos de las empresas buscan las ideas en la incorporación de las tecnologías para transformar procesos y la eficiencia del trabajo e innovan en los productos y servicios, todo indica que tenemos a nuestro alcance las tecnologías emergentes adecuadas para conseguir mayor productividad y para encaminarnos a otra época de crecimiento sostenible.
Luis Lombardero. CEO de ITED. www.institutoted.com
Doctor en Economía y Empresa. Autor de Trabajar en la Era Digital.