El secreto de Míguel Ángel.

Carlos Alonso

Me desagrada especialmente el ser tratado con desdén en cualquier lugar, pese a que finalmente pudiese lograr el objetivo que me propusiese. Y reconozco que aún me resulta más revulsivo cuando lo sufro desde la posición de cliente. Pero al mismo tiempo me preocupa este tema porque detrás de ello hay dos problemas importantes para nuestra sociedad: uno que denota una falta de educación y, otro, una nula visión comercial.

Respecto al problema educacional, no tengo ninguna duda de que quien no trata bien a un cliente, no sabe tratar bien a nadie. Y tratar educadamente a alguien no es una cuestión de saber utilizar el usted o no, sino que consiste básicamente en escuchar con atención y responder con respeto a alguien que recaba nuestra atención.

Muchas veces me pregunto el coste que tiene para algunas empresas el tener a telefonistas bordes a matar al teléfono, o a personas malhumoradas, acomplejadas, quemadas… en puestos de atención al cliente, que pisotean a su clientela con desafortunadas respuestas o comentarios, y que le quitan el puesto a otras que sí quieren trabajar profesionalmente.

Cuando somos clientes las personas aspiramos a que nos hagan la pelota, pero si no es así, como mínimo tenemos que esperar ser tratadas con respeto, al margen de nuestra condición o edad.

Hay personas penosas para atender al público y hay personas que han entendido perfectamente que estamos aquí para dar servicio. El ilustre artista renacentista, Miguel Ángel, era uno de los que mejor sabía que muchas veces no costaba nada contentar a alguien y hacerlo sentir importante. Y en este sentido, quiero contaros una anécdota del artista cuando acabó su célebre escultura, David, que fue encargada para decorar la ópera del Duomo. La cuestión es que una vez terminada la obra, el Papa Alejandro VI fue a verla y después de observarla detenidamente le sugirió al artista que la nariz había quedado desproporcionada, vaya, demasiado grande, a lo que Miguel Ángel, conteniendo el temperamento que lo hizo tan popular y que lo metió en tantos líos al mismo tiempo, se subió al andamio, cogió disimuladamente polvo de mármol que había en él y simuló que tallaba la nariz del David, lo que provocó que el Papa quedase contento, aunque engañado, y que él mismo dejase la figura como quería.

Detrás de este ejemplo, poco más puedo añadir. El gesto de Miguel Ángel podemos verlo como una reacción de genialidad, pero ante todo lo veo como una cuestión de educación e inteligencia emocional, ¿no creéis?

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3 Respuestas

  1. Gonzalo Gomez Garcia dice:

    Gracias por el articulo Carlos. Siento disentir sobre todo en dos puntos.

    Dices: «no tengo ninguna duda de que quien no trata bien a un cliente, no sabe tratar bien a nadie». Creo que es justo al reves, primero esta el trato a «nadie» (la gente en general) y luego el cliente.

    Dices: «Cuando somos clientes las personas aspiramos a que nos hagan la pelota». Nada de acuerdo. Es más, es incomodo para mi estar en esas situaciones, en realidad lo que me resulta gratificante es ser cliente y agradecido con quien me ha atendido. Nunca he creí en los pelotas y en los reslutados que aportan.

    Gracias

  2. Gonzalo, agradezco tu comentario porque tu punto de vista complementa la generalización que hago en el artículo. Sobre tu segundo comentario, te puedo decir que a mí me pasa lo mismo, pero qué duda cabe que los que actúan como el maestro Miguel Ángel son muchos y no suelen reconocerlo. Es decir, que pasa lo mismo que cuando se pregunta sobre los hábitos en televisión, que todo el mundo ve los documentales de animales y al final nadie se explica las audiencias de los realities. Saludos.

  3. Gonzalo Gomez Garcia dice:

    Gracias Carlos.

    Exsite valor y belleza tambien en la discrepancia cuando es transparente y limpia

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