«En principio, sí» (Y al final, ¿qué?)
Lugar común en apariencia inocente pero de una poderosa eficacia. Es perfecto para evitar la coerción del compromiso, la obligación que supone tomar una decisión. En épocas en las que el compromiso es una carga pesada y molesta, este tópico vive su gran mediodía. Ante cualquier petición, propuesta, o plan, se suelta este tópico. En el mundo de la empresa se ha hecho habitual por los enormes beneficios que proporciona. Los jefes, ante propuestas novedosas o arriesgadas de sus colaboradores, contestan del mismo modo. Es decir, hazlo y si te sale mal te corto la cabeza; y hazlo y si te sale bien, me pongo la medalla. En la galaxia de las relaciones personales ha alcanzado la categoría de tópico monarca. Si alguien pregunta: “¿el sábado salimos a cenar?”, se responde un equidistante “en principio sí”. De este modo uno no se compromete del todo, pero no cierra esa opción. Denota predisposición pero no compromiso.
Deja abierta una posibilidad que luego puede ser descartada si aparece una posibilidad que le apetezca más. Decir “en principio sí” es como decir “ a lo mejor no” pero suena infinitamente mejor. Quienes la utilizan han aprendido una de las reglas de oro de la retórica comercial y la persuasión: nunca utilice la palabra no. Lo paradójico de este lugar común es que la persona que no quiere obligarse a nada obliga a quien le sugiere la propuesta a mantenerla firme.
En una entrevista de trabajo a un amigo le sucedió lo siguiente. Después de desmenuzar un engordado currículo, el entrevistador le dio el visto bueno. Así que a modo de conclusión le preguntó:
-Entonces, ¿usted quiere este trabajo?
Nuestro amigo respondió muy tranquilo:
-En principio, sí
El entrevistador, equipado de un humor atrabiliario, se levantó de su silla y le gritó con ademanes un tanto beligerantes:
– ¡¿Cómo que en principio, sí?! ¿O sí o no?
Nuestro buen amigo sólo pudo titubear:
-Sí claro, sí.
-¡Eso está mejor! -remachó el entrevistador.